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"Todo y siempre de la Iglesia y del Papa": Don Orione y su fidelidad sin condiciones al Sucesor de Pedro

  • Foto del escritor: donorionechile
    donorionechile
  • 29 jun
  • 4 Min. de lectura

Según nuestras investigaciones, Don Orione escribió alguna vez lo que le gustaría que dijera su lápida: “Aquí descansa en la paz de Cristo el sacerdote Luis Orione, de los Hijos de la Divina Providencia, que fue todo y siempre de la Iglesia y del Papa”. Y aunque pueda parecer una fórmula piadosa, en realidad es una síntesis luminosa de toda su vida. Don Orione no solo fue sacerdote, educador, fundador, misionero y santo: fue un hombre que amó profundamente a la Iglesia, y en ella al Papa, con una fidelidad que fue mucho más que obediencia; fue una forma de vivir el Evangelio.


En este 29 de junio, día en que celebramos a los santos Pedro y Pablo, columnas de la Iglesia y signos de comunión y misión, resuena con especial fuerza el testimonio de este santo italiano que vivió en tiempos convulsionados, pero que nunca dudó en ponerse al lado del Sucesor de Pedro. Para él, el Papa era –con palabras tomadas de Santa Catalina de Siena– “el dulce Cristo en la tierra”, y lo decía con una ternura que desarmaba, pero también con una convicción que desafiaba cualquier tibieza.


El Papa, el mayor tesoro


Don Orione no escondía su amor al Papa; al contrario, lo proclamaba, lo escribía, lo enseñaba: “La Iglesia y el Papa son el tesoro más grande que tenemos”. En una época donde la obediencia al Papa se veía con desconfianza en ciertos sectores eclesiales o sociales, él la vivía con naturalidad y pasión. No era un sometimiento ciego, sino una opción espiritual clara: “Mi fe es la fe del Papa, es la fe de Pedro”.


Su amor por el Papa no se quedó en palabras. Lo tradujo en obras concretas, en disponibilidad radical y en servicios muchas veces silenciosos y heroicos. A cinco Papas del siglo XX los conoció personalmente; con varios de ellos colaboró en misiones confidenciales, delicadas y exigentes. Desde León XIII hasta Pío XII, Don Orione fue un puente entre la Iglesia institucional y los pobres, un mensajero que cruzaba fronteras para llevar consuelo, ayuda y reconciliación.

A los suyos, a los hijos e hijas de la Divina Providencia, Don Orione les dejó esta herencia espiritual:

“Que nadie nos supere jamás en el amor y la obediencia, la más plena, la más filial, la más dulce, al Papa y a los obispos”.

Palpitar con el corazón del Papa


Don Orione no solo amaba al Papa, sino que deseaba que ese amor se hiciera contagioso. Por eso decía con fuerza que su misión era “palpitar y hacer palpitar miles de corazones en torno al corazón del Papa”. Pero no se refería solo a los fieles convencidos o a los ambientes eclesiales. Él quería que los pobres, los últimos, los marginados, los trabajadores explotados, también sintieran al Papa cerca.


“Lleven al Papa a los pobres”, decía. “A los afligidos, a los desheredados, que son los más amados por Cristo y los verdaderos tesoros de la Iglesia”. Porque en sus ojos, el Papa no era un símbolo lejano, sino un pastor real que debía ser amado, escuchado y seguido. Él creía que las palabras del Papa eran portadoras de paz, justicia, concordia. Frente a un mundo que promovía el odio de clases, Don Orione soñaba con un pueblo unido por la voz del sucesor de Pedro.


Una obediencia audaz


Muchos piensan que la obediencia al Papa es una actitud conservadora. Don Orione demostró lo contrario. Su fidelidad no lo encerró en estructuras ni lo hizo temeroso; al contrario, lo volvió audaz, pionero, profético. Fue ecuménico cuando nadie lo era. Fue misionero cuando aún no existía la globalización. Se acercó a los modernistas censurados sin renunciar a la verdad. Y todo eso lo hizo con la seguridad de quien camina “por las sendas de la Providencia”, sabiendo que su brújula era el magisterio de la Iglesia.


Una escena resume bien esta fidelidad. En una audiencia con el Papa San Pío X, cuando algunos dudaban de su ortodoxia por acercarse a sectores cuestionados, el Papa le pidió a Don Orione que rezara el Credo de rodillas, allí mismo. Lo hizo con la sencillez de su primera comunión. Al terminar, el Papa le acarició la cabeza y le dijo: “Vete, hijo, vete… No es verdad lo que dicen de ti”. Esa confianza mutua marcó para siempre la espiritualidad orionista.


Hasta el último suspiro


La última vez que Don Orione vio al Papa fue en 1939, poco antes de morir. El nuevo Pontífice, Pío XII, volvía desde Castelgandolfo y al pasar por la vía Appia se detuvo. Don Orione, rodeado de sus alumnos y hermanos de comunidad, se acercó y se arrodilló. Le tomó la mano, la besó y se la puso sobre su cabeza. Fue un gesto de amor, de fe, de obediencia total. Pío XII, meses más tarde, al enterarse de la muerte del fundador, lo definió como “el padre de los pobres e insigne benefactor de la humanidad dolida y abandonada”.


Hoy, una herencia viva

La pregunta que queda es: ¿y nosotros? ¿Vivimos hoy ese amor al Papa con la misma claridad, la misma ternura y la misma firmeza? Don Orione no nos dejó una devoción vacía, sino un camino de comunión viva. Él creía que el Papa era guía segura para alcanzar la santidad, que sus palabras debían ser luz en medio de la confusión del mundo, y que su figura debía estar cerca del pueblo, especialmente de los que sufren.


En tiempos en que la figura del Papa muchas veces es cuestionada, malinterpretada o ignorada incluso dentro de la Iglesia, el testimonio de Don Orione es una invitación urgente a volver al corazón. A dejar de lado ideologías, bandos o prejuicios, y redescubrir en el Sucesor de Pedro al pastor que Dios nos regala para caminar con seguridad.


Hoy, más que nunca, necesitamos orionistas que, como él, se jueguen la vida por la Iglesia, por el Papa y por los pobres, sin miedo y sin dobles discursos. Porque al final, como decía Don Orione, “nuestro Credo es el Papa, nuestra moral es el Papa, nuestro amor… es el Papa”.




29 de junio – Solemnidad de San Pedro y San Pablo

Por Centro Pastoral Juvenil Vocacional

 
 
 

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