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Flavio Peloso

LA FE EN DON ORIONE


La virtud fue vivida por Don Orione en modo heroico.



LA VIRTUD DE LA FE


En las actas del proceso de beatificación de Don Orione se recogió el recuerdo de un episodio muy idóneo para introducir a la lectura de esta selección de textos sobre el argumento de la fe.


"Viviendo aún Don Orione, entre los cohermanos se suscitó el interrogante sobre cuál fue el aspecto más profundo, justificativo de toda la vida y la acción de nuestro Padre; las respuestas fueron variadas, proponiendo la explicación para el 'fenómeno' Don Orione, algunos en la caridad, otros en su piedad, otros en otras particularidades de su personalidad; a un cierto punto intervino para ponernos en silencio y de acuerdo, Don Biagio Marabotto preguntándonos: 'pero ¿os estáis preguntando qué es lo que explica todo en Don Orione?... ¿No es Dios? Eso es Don Orione, sobre todo, Don Orione es un hombre que vive de Dios".[1]

Esta anécdota nos sugiere y nos pone en la actitud interior precisa para leer con provecho este pequeño volumen: pongámonos a la escucha de un testigo de la fe, de un hombre que ha vivido de Dios. De hecho los escritos y los discursos de Don Orione han nacido de su vida, mucho antes que de su pluma y que de sus labios.


Toda la vida de Don Orione se desarrollaba en una atmósfera sobrenatural, propensa a procurar la gloria de Dios y el bien de las almas con el ejercicio de la caridad (n.1). Su fe se reflejaba en sus escritos, en los discursos y en sus obras. La fe era su vida. "Por la fe, por el Papa y la Iglesia bien poca sería mi sangre, y bien gustoso quisiera dar mil y mil veces cada minuto toda mi vida".[2]


Don Orione no teorizó sobre la fe: vivió de fe. Cuando hablaba de la fe su lenguaje era cálido, apasionado, con contenidos doctrinales y existenciales simples, seguros, convincentes. Tenemos una famosa carta de la fe (n.2) que es como un pequeño tratado: nos expone su enseñanza de modo casi sistemático, con un amplio apoyo bíblico, teológicamente preciso y ascéticamente práctico.


En su realismo, el humilde Hijo de la Divina Providencia sabía cómo la experiencia de la limitación humana, la “nada” del dolor, preparan al alma a acoger y custodiar “el gran don de la fe”. Recomendaba por tanto vivir y caminar "per mysterium Crucis" (n.3, 4, 5, 6, 7, 8). La fuente y también el fruto de su fe era el espíritu de oración que alimentaba la vida de unión con Dios y que “transforma en oro todo lo que se hace" (n.9, 10). Su vivir era de este modo un continuo moverse con Dios, en Dios y por Dios, en una actividad sorprendente, sin descanso, en un "estado de permanente emoción espiritual".[3]


Don Orione implicaba a cuantos le rodeaban en una "vida de vivísima fe", maravillosa y simple, sin sentimentalismos o racionalismos autocentristas (n.11, 12, 13). Una fe-holocausto que "aglutina" (¡cómo le gustaba esta palabra!) hacia Dios: "Quien vive de la fe, es como un partícipe de la naturaleza divina, según la expresión de San Pedro: 'Divinae consortes naturae'".[4]


La fe de Don Orione, como es bien sabido, se expresa sobre todo como indestructible confianza en la Divina Providencia (n.14, 15, 16, 17), como adhesión total, filial a la voluntad de Dios (n.18), como celo por el anuncio de Cristo, de su Evangelio, de su Iglesia (n.19, 20).


Escuchando las enseñanzas de Don Orione nos introduciremos en una "fe que hace de la vida un apostolado fervoroso en favor de los miserables y de los oprimidos, como es toda la vida y el Evangelio de Jesucristo… aquella fe divina, práctica y social del Evangelio, que da al pueblo la vida de Dios y también el pan… Y debe ser una fe aplicada a la vida. ¡Se necesita un espíritu de fe, ardor de fe, empuje de fe; fe de amor, caridad de fe, sacrificio de fe!" (n.21).


También el apostolado es esencialmente cuestión de fe: "¿Qué es lo que nos falta un poco a todos, a todos nosotros hoy, para arrojarnos en el nombre de Dios y en unión con Cristo, para salvar al mundo e impedir que el pueblo se aleje de la Iglesia? ¿Qué nos falta para que la caridad, la justicia, la verdad no sean vencidas, y no vuelvan al seno de Dios maldiciendo a la humanidad, que habrá rechazado dar su fruto? ¡Nos falta la fe!... Si queremos hoy trabajar con utilidad para la vuelta del siglo hacia la luz de la civilización, para la renovación de la vida pública y privada, es necesario que la fe resucite en nosotros y nos despierte de este sueño, “que es poco más que muerte”; es necesario un gran resurgir de la fe, y que salgan del corazón de la Iglesia nuevos y humildes discípulos de Cristo, almas vibrantes de fe, los obreros (facchini) de Dios, ¡los sembradores de la fe!"[5] (n.22, 23).


Un acento típico de Don Orione respecto a la fe es la experiencia del vital y recíproco enriquecimiento del dinamismo fe y caridad: "la fe mueve a la caridad" y "las obras de la caridad abren los ojos a la fe" (n.24).


Aquella inteligencia, aquella audacia y aquella eficacia de acción, que tantos admiraban en Don Orione, eran los frutos de su búsqueda constante de ver las cosas "desde el punto de vista de Dios", a la luz de la fe, y del hacer en las manos de Dios, como buenos colaboradores y siervos de la Divina Providencia. "Quien lo hace todo es la Divina Providencia" (n.25, 26, 27, 28, 29).


La fe de Don Orione era la fe de la Iglesia, fundada y edificada sobre la verdad de la Sagrada Escritura, infaliblemente enseñada por el Magisterio del Papa y de los obispos; una fe enraizada en la gran tradición constelada de mártires y de santos (n.30, 31, 32, 33, 34); una fe que le era muy querida, tanto como para abrazarla firme e íntegramente en sus contenidos, hasta hacerle exclamar en un delicado arrebato: "No venderé ni una sola coma de mi fe por ningún plato de lentejas" (n.35). La inseparable unión entre la fe y su absoluta adhesión de mente y corazón al magisterio del Papa y de los pastores de la Iglesia ("mi fe es la fe del Papa, la fe de Pedro") es otra característica que califica la fe vivida por Don Orione.


En esta fe educó a los pequeños, a los pobres, al pueblo, a los laicos y a los sacerdotes que encontró a lo largo de su camino y, sobre todo, en esta fe educó a sus religiosos de la Pequeña Obra de la Divina Providencia a los que, como un estribillo, a menudo les decía, y a veces les gritaba: "¡Hijo de la Divina Providencia quiere decir hijo de la fe!" (n.36)


El obispo Mons. Felice Cribellati, uno de los primeros alumnos de Don Orione, recordaba de su maestro "una fe sobrenatural, viva, fáctica; una fe que él sabía transmitir y trasmitía realmente en todos los que le rodeaban. Después de una conversación tenida con él, el espíritu se sentía como elevado y completo".[6] Que este efecto se prolongue aún a través de la lectura de estas páginas suyas. Es nuestro deseo. ¡Y que Don Orione interceda!


El texto está publicado como “Introducción” a Lo spirito di Don Orione, vol.6, La fede, p.9-13

NOTE -------------------------------------------

[1] Ex processu, p.993.

[2] Scritti 49, 120.

[3] Cfr. G. De Luca, Don Orione, Roma, 1963. p.35.

[4] Scritti 31, 215.

[5] Cfr. Bollettino Madonna della Guardia, Febbraio 1919.In "Più fede! [6] Testimonianza di Mons. F. Cribellati. Ex processu, p.36.

Fuente: http://www.messaggidonorione.it/


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