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  • Por Claudia Hernández

A Chile aún le cuesta acoger al que es distinto



Nuestra realidad no es homogénea, pero creemos vivir en una sociedad así. En los últimos años la inmigración en Chile ha aumentado drásticamente y al tomar conciencia de ello nos damos cuenta que convivimos en medio de una sociedad que va cambiando. Al llegar personas de otros países llegan nuevas culturas y nuevas costumbres, generalmente muy distintas a las que estamos acostumbrados. Es natural tener miedo a los cambios, pero esto es lo que muchas veces genera el rechazo cuando no somos capaces de reconocer la riqueza que ello significa; la sociedad está sumida en una “rutina” –no aceptan los cambios, no aceptan lo que es diferente-, donde a quienes siguen esa rutina se les considera personas “normales”, pero ¿quién define lo que es normal o no?


Los inmigrantes llegan a Chile buscando nuevas oportunidades para mejorar su calidad de vida, podríamos decir que llegan a cumplir “el sueño americano”, pero ¿cuántas cosas deben pasar para lograr ese cometido? Cientos de inmigrantes trabajan durante una gran cantidad de horas por un pago ínfimo, se sacrifican día a día para sobrevivir y deben soportar que se les exija más que a cualquier chileno por un pago inferior.


Además de esta injusticia en lo laboral, en el mundo cotidiano existe un rechazo hacia los inmigrantes, lo que en ocasiones puede provocar problemas emocionales que deben afrontar. A veces las personas no se dan cuenta, y alguien puede estar haciendo una broma sin buscar herir a otros, pero pueden terminar molestando a quien es sujeto de esas bromas al hacer diferencias por el acento con el cual hablan, por su color de piel, etc, esto puede generar en el inmigrante un daño emocional.


Nosotros como agentes pastorales orionistas debemos preocuparnos de que exista igualdad entre los hombres, ninguno es mejor que otro. Debemos hacer prevalecer la justicia exigiendo que se respeten los derechos de los inmigrantes y a la vez demandando sus deberes.


Debemos informar, ayudar y apoyar a los inmigrantes para que puedan desenvolverse de una manera plena en nuestro país. Pero esto no puede quedarse solo en entregar ayuda, debemos además generar una cultura a nivel de la ciudadanía para que dejen de existir los engaños y estafas a los cuales son sometidos los inmigrantes (debemos “hacer el bien a todos, el mal nunca, a nadie”), y puedan ser tratados con justicia, por ejemplo, en el trabajo, para que así reciban lo que merecen por el servicio que están prestando.


Nuestra solución es crear conciencia social que permita crear una comunidad inclusiva, capaz de recibir con los brazos abiertos a cualquier persona, sin importar el sexo, el idioma, la raza o cualquier otra diferencia.

Por Claudia Hernández, Gustavo Matus y Bastián Bragazzi

Comunidad de Quintero


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